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Cenicienta

08 noviembre 12

No llegaste. 
Lo próximo antes de la derrota fue la voz 
de un extraño: “¿Te molesta si te acompaño?”

 
Tenía una sensación más amarga que el café sobre la mesa 
que ya estaba frío -yo y mi ridiculez de esperarte para beberlo juntos.-

Escribía en mi cuaderno, aquel que para emergencias cargo conmigo 
tan religiosamente como las llaves.


...La esperanzada cenicienta dejó la zapatilla a propósito 
esperando que él fuera tras ella; pero el atolondrado príncipe 
la tomó, fue y la entregó en el departamento de objetos perdidos...

Quizá sólo me estaba acusando a mi misma en mis relatos.
Bueno, -pensé- quizá los mensajes de texto que le dejé confirmando 
la hora y el Café en el que nos veríamos, equivalen a mi zapatilla.
El príncipe entonces respondería “Oops!” la siguiente semana. 
Juraría que la taza de café me lo auguraba, o quizá porque 
esta no era la primera vez.



No debí decir “mesa para dos” al entrar al café -me repetía- 
tu ausencia ya me daba tiempo para empezar a sentir el ridículo.

La mesera comenzó a compartir la pena tras una hora de espera 
y prefería no venir donde mí a preguntar si ordenaría algo más.

Entonces una cálida voz fue a redimir la situación antes de que 
yo juntara todas las agallas para pedir la cuenta por el café aquel.

Qué pena que yo estuviera tan endiabladamente molesta -más conmigo 
que contigo- pues mi respuesta no fue tan cálida.

A decir verdad, respondí con una mueca que decía “pues da igual” 
pero eso no lo amedrentó. Se sentó con una taza de té 
y un libro que me pareció familiar. Ese té debía ser de alguna especie 
de cítricos y el aroma era tal, que empezó a adormecer el olor 
a café frío que me acompa
ñaba.

Seguí garabateando en el cuaderno ya un poco más aliviada: 
“No quise ser malcriada, es que en verdad deseaba verlo.” 
Escribí disculpándome en secreto con la visita.


--La forma en la que hablas sobre la muerte en tus relatos 
me parece sencilla pero completa. Mi favorito es en el que 
describes un sueño que te despierta de madrugada.--


Al escucharlo, alcé la vista con sorpresa. 
Con razón su libro me era familiar.

Fue entonces él quien se armó de valor, tomó el libro, 
un bolígrafo y me dijo: 
“¿Quisieras darme tu autógrafo?”

La zapatilla de cristal en objetos perdidos. Alguien la reclamó. 
Había vuelto en forma de libro y en manos de un forastero...


...Por eso te agradezco que no te aparecieras aquella tarde. 
Justo me enteré que ya llevaba tiempo mendigándote el cariño.

Gracias por patrocinarme un desencanto propicio para 
hacer germinar una historia más completa, más real.



Posdata: No te molestes en enviarme el “Oops!”

•● Citando en Mayo 2016 ●•
 
»Escribir no es
transformar el ego
en sustancia, sino
diluirlo para que
no envenene.«

-Kenneth Moreno May
Colombia.
 
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