Las
almas salvajes
de mi bosque
yacen serenas.
Acaban de cazar
y comer.
Mis zorras,
mis coyotes
cierran sus ojos
y el silencio cobija
nuestro pequeño,
sagrado suelo que late,
que sangra,
que vibra.
Nadie
caza por deporte
en este bosque;
nadie se ensañe,
ni manche su aura
con muerte
de balde.
Las almas dentadas,
bestias ancianas,
derraman la vida
en este mismo
nuestro suelo.
Y en pequeñas partes
se muere o se nace,
pero el bosque
es eterno.
El alba descubre
a los carroñeros
en labores de sepultura.
El sol nos sonríe
intermitente
entre el cielo de verde,
de bronce y de llanto.
Bosque suave,
bosque rudo,
inhala, exhala.
Bosque eterno,
cobíjenme tus raíces.
Aún no me quiero
levantar.
23.03.16
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