Llovía.
Llovía aquella tarde.
Seguramente era yo.
Caían las lágrimas de placer
y brillaba la palidez de un cielo
gozoso e inesperado que ya
tardaba en dar su faz.
Rostro desvergonzado el de la vida
que entra en casa sin azotar la puerta,
pero desordenando el cabello
de quien se atreva a tomarle
por las caderas para bailar
al ritmo que ella quiera dictar.
Palpitante sed la de esta vida,
que quema en la inmovilidad
y debe ser saciada, so pena de
inmortalizarte como ejemplo
de lo evitable cuando ella
te invita a beber.
Porque urge saiar la sed de ser feliz,
el hambre de sonrisas,
la angustia de la caricia que se retiene
y la soledad que quiere ser amiga
y no verdugo.
Llovía.
Sangraba aquella tarde.
Seguramente era yo.
25.08.15
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