03 Odio
Tú... el eterno. Tu lunar, tus ojos, tu voz, todo tú.

Un día un atrevido boricua, un bohemio barba negra me dijo:

"No hagas las pases conmigo cuando te vayas.
Cuando se llegue el tiempo en que no me ames, ódiame,
porque yo prefiero que me odies a que me olvides.

En el momento en el que tu y yo dejemos las cosas resueltas,
completas y perdonadas, me empezarás a olvidar." 

Qué razón tenía el viejo.


El viejo mental; porque en realidad es el único tipo de mi edad
con el que he hablado de boberas profundas y serias como estas.


Aquella última tarde en que nos vimos
(que acordamos no llamar última),
tuvimos una cena barata de fast food en una plaza pública.

Hablamos sobre la distancia que estábamos a punto de prolongar,
pero en ningún momento mencionamos la plabra
despedida. 
Me indicó expresamente que compartiéramos con la seguridad
de que nos íbamos a ver al día siguiente.

Los dos sabíamos, no obstante que eso no era verdad.
Poco faltaba para que la distancia (sin tregua de redes sociales
y con un trozo de océano de por medio) se hiciera notoria.

Charlamos. Reímos y en el momento del postre cada uno
se ocupó de disimular sus propias lágrimas. 
Conversamos sobre los respectivos amores que ahora
nos cambiaban mentalidades. Él había ido a cazar mariposas
y resultó cazado. Yo me tropecé con un astronauta
y el resto fue historia. Eso nos llevaba al acuerdo implícito:
El odio estaba por ocupar su lugar, para evitar el olvido,
y para evitar mezclar amores y complicar lo bellamente sencillo.
Ambos nos preparábamos para odiar.

No hubo beso ni abrazo alguno.
Eso habría sido despedida y rompía las reglas.
No sé si estábamos jugando bien el juego o ambos
estábamos en negación. Creo que un poco de los dos.
Nadie está completamente listo para las despedidas,
y mucho menos para las no-despedidas. Nunca.

Ya lo empezaba a odiar.
Ese sentimiento me rozaba la garganta pero
cuando estaba a punto de cubrirme la nariz, alcé la vista,
salvé el oxígeno en mis pulmones y aquello me hizo
caer en cuenta de que nunca le olvidaría.

El viejo tenía razón.
Entonces también deseé que me odiara.
Que nunca me perdonara. Entendí.

Respetamos el acuerdo.
Como nos íbamos a ver al día siguiente,
no le dije nada profundo. Me quedé en la puerta
de entrada de mi edificio y él no volteó la mirada
mientras se me perdía su figura en el camino
que ya emprendía de regreso a su cotidianidad.

Quizá esta historia parece contradecir
la necesidad de perdonar. Pero en realidad,
no es una historia sobre el perdón o sobre
cerrar ciclos o procesos. Es una historia sobre
decidir quién deseas que se quede en tu vida.

Así que yo, de vez en cuándo, me tomo un respiro
para recordar que lo odio con mucho amor.

•● Citando en Mayo 2016 ●•
 
»Escribir no es
transformar el ego
en sustancia, sino
diluirlo para que
no envenene.«

-Kenneth Moreno May
Colombia.
 
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