
Anillo de compromiso
24 abril 2013
Un amigo me recordó la ocasión en que entramos a fingir
a una joyería -es una travesura divertida-
y nos hicimos de atención por el dependiente en turno.
Vimos las piedras esas que cuestan (no valen)
un ojo de la cara. Eso me hizo acordar de otra cosa:
¿Qué es esa tradición de que el anillo de compromiso
debe costar dos y hasta tres meses de salario?
Yo estaría más estresada por no perderlo que halagada.
Con ese dinero enganchas una casa (o una bicicleta,
yo qué sé). O nos vamos de vacaciones a
Guanajuato precioso. Lo mismo va para un vestido
y un traje que se usan una sola vez en la existencia
(digo, a eso se aspira).
No me lo tome a mal. Cuando se tiene plata
y se desea invertir en estos detalles, pues está genial,
cada quién sus ganas. Pero cuando más que celebración
se vuelve opresión, hay qué reconsiderar
los fundamentos del compromiso.
¿Es que si cuesta más eso significa que te ama más?
¿Es que debe costar más, o valer más? Punto.
Estábamos entonces mi amigo y yo,
de cara a la calle del dichoso sitio. Saliendo de una joyería
para ver casi de frente a esta, una casa de empeño.
Ah, la humanidad.
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