Dos

                        *11 febrero*

La electricidad se fue en toda la colonia. Reventó un generador (creo)
y no parece haber manera de solucionar el asunto de forma eficiente.


Menos mal me siento aun tan alienada de este espacio que no tengo
una nevera con comida que se descomponga o señal de Internet
y teléfono sin la que me sienta desconectada.
Desconectada ya estaba desde hace meses.
Antes de venir a alojarme en el ático de una funeraria.


Por suerte en las cajas abandonadas del negocio y con las que comparto espacio,
encontré algunos cirios y velas que me iluminan los rincones más esenciales.


La oscuridad lo cambia todo. Le da un matiz diferente al sonido
que proviene del silencio de un edificio en reposo. Es diferente, te lo juro.
Una casa puede estar en oscuridad pero el potencial de la luz que puede ser encendida,
sigue allí.


En esta ocasión la funeraria y mi ático simplemente descansan en paz.
El viento que apenas mece los árboles puede ser notado.

Dudo y negocío con mi vejiga porque el sanitario y la ducha
de los que puedo echar mano están en la planta baja. La idea de andar
escaleras abajo hacia la funeraria en total oscuridad, con un cirio encendido en mano
y con el sonido del silencio potenciando cualquier otro ruido en el ambiente,
es toda una escena puesta en acción.

No hay luces de respaldo en el negocio y entonces caigo en cuenta de que
no estoy exenta de los mismos temores primitivos de cualquier ser humano.
En esta ocasión la energía en potencia de mi descaro y poca preocupación
con la sociedad no me iluminan. Mi coraje habitual se quita la armadura.
En la oscuridad es más modesto y frágil.


Mi vejiga me urge una visita a la planta baja. Sé que todo está vacío y quizá
es eso precisamente lo que me aterra. La sensación de soledad y alienación
que oscurece en mi interior, ahora la puedo percibir en el entorno.


Las escaleras de madera rechinan. El cirio en la mano escurre una pequeña
gota de cera en mi mano y aunque me quema, no me duele porque la oscuridad
pesa profundamente.



Recuerdo:
--Leo tuve una pesadilla

Tocaba la puerta de su espalda esperando a que abrieran.
Él se giraba adormilado y me envolvía sin decir palabra.
A veces ni siquiera tenía pesadilla en realidad pero esa era la clave.



El cirio ilumina los cristales de las puertas de la funeraria.
Acaricia apenas con su luz, las siluetas del edificio dormido.


Una vez Leo me rodeaba y seguía durmiendo, yo conciliaba el sueño.
No hay más Leo. Hay cirios encendidos y ataúdes que reposan en su sitio.




                   *29 abril*


Compré un par de cigarrillos sueltos en la plaza de la ciudad,
a una dama con una canasta llena de caramelos y semillas.
Me imagino que los cigarrillos son lo que más reemplaza.


Me disfruté la experiencia de la compra; pedirlos, la transacción,
guardarlos en el bolsillo de mi blusa.


Ni siquiera fumo. 
Sentada en el autobús, noté la mirada de un tipo sobre mis senos.
En lugar de confrontar su mirada con la mía, le hice compañía. 

Volví la vista a mi blusa y a los senos bastante bien ocultos.
Lo segundo que resalta son los dos cigarrillos en el bolsillo.
Los miré en silencio y creo que noté la sensación
de estar desubicados allí, como yo en el autobús. 


--Ni siquiera fuma. ¿Qué rayos hacemos aquí? 

No fumo porque a este cuerpo no le cabe un vicio más.
Sin embargo me senté en la ventana del ático y abrí
una lata de cerveza que ya corria peligro de entibiarse (aún sin nevera).
Encendí el primer cigarrillo y lo mal fumé mientras me terminaba la cerveza.
Lo mal fumé pero obtuve lo que quería: de momento sentí
en mi lengua y mi paladar el sabor del aliento de Leo cuando me besaba
después de haber fumado y bebido.


Cerré los ojos para sentir cada vez más vívido su beso, sus manos,
su respiración, el peso de su cuerpo sobre el mío y ese mismo me ganó;
me fui tumbando hacia atrás y la blusa me apretó.
Solté los botones y las manos de Leo tomaron posesión de mí.
Cada jadeo despertaba mi aliento empapado en la memoria de su aliento
y fue más fácil sentir su boca sobre mi piel.


Mi mano derecha se introdujo en mis bragas y no cesé hasta sentir
un violento orgasmo. Quería disfrutarlo y me permití gemir en voz alta,
de modo que el sabor de la boca de Leo permaneció.

Entre gremidos de placer, mis ojos se fueron llenando de lágrimas.
Mi cuerpo se retorcía de placer mientras lloraba con tristeza
en medio del sabor de sus besos y la soledad.

Me seguí tocando hasta alcanzar otro orgasmo.
Y seguí llorando. Nunca había experimentado algo similar.



--Ni siquiera fumo.

•● Citando en Mayo 2016 ●•
 
»Escribir no es
transformar el ego
en sustancia, sino
diluirlo para que
no envenene.«

-Kenneth Moreno May
Colombia.
 
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